En la era de internet, plagiar resulta más rápido y fácil que nunca (del mismo modo que detectar al plagiador), pero este oficio del mal escribir es casi tan antiguo como las primeras letras grabadas en una tablilla o escritas sobre un papiro. A pesar de todo, durante la Antigüedad, copiar las creaciones literarias de otros no estaba tan mal visto.
Nos pueden sorprender ahora las palabras del escritor romano Macrobio: “el fruto de la lectura es emular lo que uno encuentra bueno en los demás, y tras adaptarlo adecuadamente, convierte lo que uno admira más en los demás en algo para el uso propio”. Así de fácil. Pero desde el momento en que los autores se dedicaron a firmar sus obras, el sentido de la propiedad intelectual empezó a aflorar.
El caso del poeta griego Teognis
Cinco siglos antes de Cristo, el poeta griego Teognis ya se percató de que su trabajo podía ser copiado o falsificado e ideó un sistema para controlar la difusión de sus poemas mediante el uso de un sello “para que nunca más pase inadvertido si alguien los roba, y que nadie tome una obra inferior cuando hay obras de calidad, y así todo el mundo diga: ‘Estos son versos de Teognis de Megara’”, tal y como recoge Kevin Perromat en su tesis dedicada al plagio leída en la Sorbona de París.
Ahora bien, fue el gran Marcial, nacido cerca de Calatayud y autor de los famosos epigramas quien levantó la voz públicamente para denunciar el plagio de sus obras. Y no es de extrañar. Instalado en la Roma del primer siglo después de Cristo, era de los que le daba vueltas y más vueltas a sus escritos hasta encontrar las palabras más justas. Él mismo se burlaba de su meticulosidad. “No improvisaba, sino que aplicaba asiduamente la lima y temía el juicio del público. En un poemita presenta a su primer libro que quiere escaparse de casa para no sufrir las torturas del perfeccionamiento de su patrón”, explica José Guillén en su libro ‘Epigramas de Marco Valerio Marcial”.
Retrato de Marcial
Y tanto trabajo se notaba en el resultado. Hasta tal punto que no solo adquirió una gran fama por todo el Imperio, sino que también su obra fue copiada por otros poetas menos doctos. Cansado de que sus esfuerzos fueran recompensados en voces ajenas, escribió un célebre epigrama dedicado a unos de sus plagiadores, Fidentino: "Corre el rumor de que tú, Fidentino, lees mis versos al público como si fueran tuyos. Si quieres que se diga que son míos, te enviaré gratis los poemas; si quieres que se diga que son tuyos, cómpralos." De esta forma, también ponía en valor (monetario) su obra.
Las constantes apropiaciones indebidas de sus epigramas llevó a Marcial a denunciar la situación escribiendo otros textos, como: “¿Por qué mezclas, necio, tus versos con los míos? ¿Por qué quieres reunir en un rebaño a las zorras con los leones y hacer a las lechuzas semejantes a las águilas? Aunque tengas uno de los dos pies de Ladas, estúpido, en vano correrás con una pata de palo”.
En fin, que al pobre Marcial incluso se le atribuye el nombre que utilizamos actualmente para describir esta mala praxis de escritores. Plagio proviene del latín plagiarius, nombre que designaba el robo de personas (especialmente niños y esclavos) y que él utilizó para denunciar el robo de sus escritos. Así nos podemos hacer una idea del grado de delito que para él suponía la copia de sus creaciones.
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