Joseph Conrad y los eternos dilemas morales

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A menudo sus personajes se ven obligados a tomar en extremis una decisión cuyas consecuencias pueden resultarles tan benévolas como nefastas

JOHN WILLIAM WILKINSON

 10/05/2020 06:00 | Actualizado a 10/05/2020 14:23

Las novelas de Joseph Conrad contienen una generosa dosis de acción y aventuras, pero siempre envueltas en una nube de dilemas morales. A menudo sus personajes se ven obligados a tomar en extremis una decisión cuyas consecuencias pueden resultarles tan benévolas como nefastas, tanto para quien la toma como para las personas que acabará afectando. Una causa justa puede acabar en descarnado fanatismo destructivo; un hombre bondadoso puede, cegado por un idealismo, apartarse del camino recto al tiempo que un corrupto se aprovecha del mismo idealismo para ocultar su ruindad.

En estos tiempos del coronavirus, leer a Conrad es harto ilustrativo , amén de placentero, como ha de ser. Pero más allá de sus novelas, conviene reflexionar también sobre las circunstancias de su extraordinaria vida. Porque tanto el hombre como sus ficciones contienen muchas valiosas lecciones, puesto que ahora somos nosotros quienes nos encontramos ante un aluvión de dilemas morales que no sabemos resolver, igualitos que los mandatarios y expertos tan dados a escabullirse de los grandes dilemas morales mediante interminables discursos huecos o maléficos tuits.

Mucho antes de la presente pandemia, la política ya se había convertido en un combate verbal entre embusteros a sueldo sin escrúpulos

Pregunta: ¿Cuándo se sabe que un político está mintiendo? Respuesta: Cuando mueve los labios. Es un viejo chiste inglés. Pero para desgracia nuestra, ya no se trata de un chiste sino de una realidad al que nos hemos ido acostumbrando. Con todo, mucho antes de la presente pandemia, la política ya se había convertido en un combate verbal entre embusteros a sueldo sin escrúpulos. Lo único que vale es el guion, el hacerse con el control del relato, que sólo se consigue y se mantiene mediante mentiras, bulos e insultos. A nadie le importa un pimiento la verdad, ni que sea empírica. Para llegar hasta aquí ha sido necesario ir vaciando el lenguaje de sentido, tal como lo percibió en su día Orwell, precisamente por estos pagos.

Abundan los estudios y encuestas que demuestran que la credibilidad de los políticos está por los suelos, como, ay, la de los periodistas. Cuando uno se convierte en mentiroso compulsivo, ya no hay marcha atrás, máxime en las redes sociales. Lo de que un dibujo vale más que mil palabras, ha pasado a ser: un bulo vale más que mil verdades.

Nunca daba su brazo a torcer, quizá porque comprendió como pocos que sólo un paso separa el revolucionario del reaccionario

Por mucho que Conrad fuera tachado de racista por algunos indolentes intelectuales durante las guerras culturales de los años 70 del siglo pasado, lo cierto es que fue él quien se atrevió a registrar in situ los latidos del corazón de las tinieblas, y fue él, un polaco en la corte del rey Eduardo, quien rechazó ser nombrado sir, amén de sendos doctorados honorarios que le ofrecieron las universidades de Cambridge y Oxford.

Joseph Conrad, hijo de un revolucionario polaco que arruinó a su familia por culpa de sus ideales patrióticos, nunca daba su brazo a torcer, quizá porque comprendió como pocos que sólo un paso separa el revolucionario del reaccionario. Sus dilemas morales son nuestros; el corazón de las tinieblas sigue latiendo; y con el ensordecedor silencio provocado por el coronavirus, sentimos con espanto su cada vez más acelerado pulso.