Una golondrina sí hace primavera

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No sé si volverán las oscuras golondrinas en mi balcón sus nidos a colgar. Solo sé que añoro sus aleteos a media tarde, cuando el sol se desgana tras la colina y el calor sofocante deja paso a la brisa tibia. Es en ese instante cuando las golondrinas oscuras saltan del nido y se arrojan, en vuelo rasante, a la frescura del aljibe, mientras los polluelos observan y aprenden los gorjeos nerviosos de sus progenitores.

El verano no es verdadero sin las golondrinas. Y el año pasado no vinieron, a pesar de que en el alero resisten sus minúsculas pajareras de barro. Así que descuento con ansia los días del calendario, con el anhelo de escucharlas pronto, en cuanto la primavera que hoy comienza endulce el gélido viento del estertor invernal.

Leo que las que sobrevuelan estos cielos toman fuerza para un largo viaje hasta el África subsahariana, aunque también las hay –afortunados quienes vivís allí- que hibernan en el suroeste peninsular. En la mañana, cuando aún persiste el leve frescor de las noches veraniegas continentales, se las escucha conversar animadamente: “¿Has visto qué cara tiene hoy?”, imagino que comenta una de ellas al sentirse observada por mí, mientras la otra le responde: “La misma de todas las mañanas: ha dormido poco”.

Son ligeras y capaces de recorrer miles de kilómetros cada año a una velocidad que ya quisieran mis pies y detectan, sin brújula ni mapa, los mejores lugares para empollar los huevos que continuarán la especie. Todo parece muy sencillo pero no lo es, unas porque tienen que atravesar extensas zonas desérticas de África y otras porque huyen de las guerras y las hambrunas de Oriente Medio. Igual que sucede con los refugiados, muchas mueren en la travesía.

Las golondrinas se alimentan mientras vuelan. Recorren incansables los alrededores del nido buscando pequeños insectos que a ellas les nutren y a mí me libran de picaduras. Descansan en los hilos eléctricos que tanto afean los paisajes y que solo me animo a conservar con tal de complacerlas y únicamente descienden al suelo cuando necesitan materiales para sus nidos.

Dicen que primero llegan los machos al nido de siempre y que poco después arriban las hembras, la misma pareja también. Arreglan los desperfectos de la guarida, que suele estar bien adherida a la techumbre para que los curiosos no podamos observar su interior. Se ve que son celosas de su intimidad y hay que respetarlas.

A las de mi alero les sirven como cama los mechones de pelo de los perros, en un completo equilibrio de la naturaleza, aunque añaden decoración a su antojo. Desde mayo a agosto ponen cuatro o cinco huevos blancos con pintas pardas y rojizas, que incuba ella, que también es capaz de curarles los ojitos con su saliva una vez han roto la cáscara. Cuando la prole está lista, viene el examen de vuelo y la vida continúa aleteando en el jardín.

En la Edad Media las golondrinas eran admiradas y utilizadas como remedio “médico”. Aunque me cuesta creerlo, encuentro una referencia a Hildegarda y su consejo de quemar un huevo de esta ave, con cáscara incluida, molerlo finamente y mezclarlo con grasa de pollo. ¿Para qué? Para resolver dolencias testiculares, así sin más precisión ni garantía. 

Otro consejo, este del inglés Juan de Gaddesden, contra la epilepsia: extirpar de las mollejas de las golondrinas unas pequeñas piedras rojizas pero no a lo loco, sino cuando el sol es cálido y la luna fría para después colgarlas del cuello del paciente porque las piedras son calientes, como el sol, y las crisis epilépticas serán resultado del exceso de calor o fuego en el cerebro. Confío en que no se dieran las circunstancias. 

Quizá porque algunos las denominan criaturas de Dios las eligió Fra Angélico para ser pintadas en La Anunciación. Quizá por la ternura que inspiran, fue la protagonista alada de “El príncipe feliz”, la tristísima historia que Wilde nos contó. Quizá porque son fascinantes, existen numerosas ilustraciones de las golondrinas en los bestiarios medievales.

Aunque el refrán asegure que una golondrina no hace primavera, desde hoy que se inaugura el equinoccio, no dejaré de observar el alero de mi casa.

Feliz semana.