Goya sentía especial predilección por la modelo cuando pintó su retrato. "La conocía desde que era pequeña y le tenía mucho cariño", dice la restauradora que acaba de dar nueva vida a la obra. Elisa Mora. Hablamos de La condesa de Chinchón, una de las obras más admiradas y codiciadas del maestro aragonés. La dulzura de la retratada, su sonrisa tímida y la historia que tenía detrás llamaron desde siempre la atención de no pocos coleccionistas y museos.
La restauración del lienzo, iniciada en enero pero interrumpida por la pandemia, se presentó ayer en el Prado después de unos seis meses de trabajos de estudio y reparación efectiva del lienzo, ahora tan luminoso y lleno de matices como cuando el artista lo pintó.
La dulzura de la retratada, su sonrisa tímida y la historia que tenía detrás llamaron desde siempre la atención de no pocos coleccionistas y museos
La retratada es María Teresa de Borbón y Vallabriga (1780-1820), hija del infante don Luis Antonio de Borbón, hermano de Carlos III, y de María Teresa de Vallabriga y Rozas. A la muerte de su padre en 1785, la entonces pequeña Teresa fue enviada con su hermana al convento de San Clemente de Toledo. De allí salió en 1797 para casarse con Godoy.
El matrimonio fue decidido por decreto de Carlos IV, tras ser consultada María Teresa, que tenía dieciséis años. Ella accedió a la boda, que venía a restablecer la armonía familiar de la casa de Borbón y a elevar a Godoy, hombre de confianza de los monarca, al emparentarle con ellos. El Príncipe de la Paz confesaría en sus Memorias que no había deseado el matrimonio, pero otros testimonios revelaron que el enlace resultó feliz, sobre todo para la esposa.
Goya pintó a la condesa cuando estaba embarazada por tercera vez, después de dos abortos, pero ya confiada en que en esta ocasión todo iría bien, y así sería. El artista iluminó especialmente el vientre de la joven y destacó el tocado de espigas verdes con el que posó: un adorno muy de la época pero también un símbolo de fertilidad.
Goya pintó a la condesa cuando estaba embarazada por tercera vez, después de dos abortos, pero confiada en que en esta ocasión todo iría bien, como así fue
La restauración a cargo de Elisa Mora recupera el colorido, los matices "y sobre todo la profundidad" del cuadro gracias a la mayor visibilidad del fondo oscuro en el que Goya la situó. Para ello, lo más importante fue la limpieza, explica la restauradora a La Vanguardia.
"La obra estaba bien conservada, pero acumulaba suciedad y restos de oxidación de barnices de los que se confeccionaban a base de resinas naturales", añade Mora, ganadora del Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales 2019. Esas impurezas impedían ver bien las calidades de la pintura, en particular "en las transparencia y los grises", así como en el tocado.
La obra presentaba un buen estado de conservación pero acumulaba suciedad y restos de oxidación de barnices naturales
Menos complicada fue la reparación de la tela y su soporte, ambos en buen estado general con unas pocas salvedades. Se trata, por un lado, de tres parches que se habían aplicado en la parte de atrás para coser otros tantos pequeños rotos, parches ahora sustituidos con una técnica que combina el uso de hilo y pegamentos naturales; de otro lado, la restauradora hubo de tapar algunas pequeñas grietas (con una cola especial que se hace penetrar en las fisuras a base de calor, y así taparlas); por último, Mora arregló ciertos daños observados en las esquinas por el empleo de cuñas de las que se utilizan para tensar el lienzo.
El Prado atesora esta pieza desde hace sólo veinte años. Pues fue en el 2000 cuando el Estado se hizo con ella, por 4.000 millones de pesetas (24 millones de euros). Gracias al carácter de "inexportable" que la pintura tenía en tanto que Bien de Interés Cultural, el Gobierno pudo ejercer su derecho preferente de compra cuando el coleccionista y empresario Juan Abelló, trataba de adquirir el óleo -por ese mismo precio-, a sus propietarios desde tiempos inmemoriales, los duques de Sueca, que lo tenían por herencia familiar.
Antes, habían sido numerosos y diversos los intentos de comprar el cuadro. El Prado se interesó por él desde poco después de la Guerra Civil, contienda durante la cual el retrato había sido trasladado a Ginebra (Suiza) junto con muchas otra obras maestras. Por aquellos años también atrajo a al magnate armenio Calouste Gulbenkian, gran coleccionista a quien se debe el museo que lleva su nombre en Portugal.
Más tarde se sucedieron ofertas de distintos museos, como se dijo que fue el caso del J. Paul Getty de California -que habría ofrecido el equivalente a 36 millones de euros-, así como la Academia de San Fernando de Madrid y la entidad bancaria Ibercaja. Ninguna de laspropuestas tuvo éxito, afortunadamente para el Prado y por tanto para el público en general.
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