18 de junio de 1198. Salvo los grillos enredados en los cantos amorosos, la noche es serena, muy sosegada, algo inapetente. El bosque exhala corrientes de brisa verde que merman el calor que aún conserva la tierra.
Gervase de Canterbury anota algunas palabras de caligrafía angulosa en el pergamino. Ya es tarde, quizá haya transcurrido una hora desde que se puso el sol, y siente el cansancio de sus ojos viejos. Se levanta, estira los brazos y gira el cuello de uno a otro lado antes de caminar, a pasos muy cortos, hasta la ventana del scriptorium, por donde asoma el aro brillante y descarado del novilunio.
De repente….
“Había una luna nueva brillante y repentinamente el cuerno superior se separó en dos. Del punto medio de la división surgió una llameante antorcha que expelía fuego, brasas incandescentes y chispas. El cuerpo de la luna, que era carcomido… palpitaba como una serpiente herida. Luego volvió a su estado normal”.
Hoc anno, die Dominica ante Nativitatem Sancti Johannis Baptistae, post solis occasum, luna facie, signum apparuit mirabile, quinque vel eo amplius viris ex Adverso sedentibus. Nam nova luna lucida erat, novitatis suae más cuernos protendens anuncio orientem; et ecce subito superius Cornu en dúo divisum est Ex hujus divisionis Medio prosilivit ardens fax, flamam, Carbones et scintillas proiciens longius. Corpus interino luna quod erat inferius torquebatur cuasi ansieda, et, ut eorum verbia UTAR, qui hoc michi retulerunt et oculis viderunt propriis, ut percussus coluber luna palpitabat. Post hoc rediit en STATUM proprium. Hanc vicissitudinem duodecies et eo amplius repetiit, videlicet ut ignis tormenta variación sicut praelibatum est sustineret, iterumque en STATUM priorem rediret. Mensaje bas itaque vidasitudines, un usque cornu cornu en scilicet por longum seminigra facta est qui HAEC michi HAEC scribo retulerunt viri illi qui suis hoc viderunt oculis, fidem suam vel jusjurandum dare parati, quod en supradictis nichil addiderunt falsitatis.
Cinco testigos describieron así aquella noche de junio en la que la luna se agitó como un animal herido sobre el cielo de Canterbury. Gervase, cronista de la época, anotó con cuidado aquellos detalles celestes que no podían entender pero que juraban haber visto.
¿Qué sucedió realmente aquella noche en el cielo sobre Inglaterra? ¿Qué vieron los cinco testigos en la luna de Canterbury?
Durante décadas estuvo vigente la teoría del geólogo Jack B. Hartung, una hipótesis que defiende que aquella noche Gervase presenció el nacimiento del cráter Giordano Bruno* –que es ese punto blanco sobre la superficie lunar del que salen varios rayos brillantes- un agujero de 22 kilómetros de diámetro que, de haber nacido aquella noche y no unos centenares de años antes, habría enviado a la tierra unas diez millones de toneladas de meteoritos.
Este “pequeño detalle” no es un cálculo mío, a pesar de que ando media vida por la luna, sino un dato que aporta un estudio de la NASA, que también ha calculado que la tormenta de piedras incandescentes pudo ser semejante a la lluvia de Leónidas de 1966, que provocó que en algunas zonas del planeta se contabilizaran hasta 100.000 estelas por hora.
Tal lluvia de asteroides habría sido considerada en el mundo medieval como el fin del mundo, como el apocalipsis, y así lo habrían narrado los contemporáneos de Gervase. Pero no se conoce ninguna crónica que detalle esta situación de ataque estelar, por lo que parece descartada esta posibilidad de impacto lunar y de creación del cráter Giordano Bruno.
El astrónomo Paul Withers, en un número de la revista mensual
Meteoritics and Planetary Science del año 2000, da a conocer su trabajo, que desmonta la teoría de Hartung- Withers sostiene que Gervase y sus compañeros de abadía pudieron ver efectivamente una explosión, sí, pero no contra la superficie de la luna sino la explosión de un meteorito en el espacio, que justo circulaba por delante de la luna, según su posicionamiento terrestre.
Ignoro si tiene razón uno u otro, aunque sí puedo imaginar que Gervase debió pensar que el fin del mundo había llegado. Y les confieso que, sólo de imaginármelo, yo también lo habría pensado.
No se acaba el cielo. No se acaba Iconos Medievales, pero sí este sitio se despide de ustedes hasta septiembre. Espero sentirles aquí de nuevo. Mientras, que sean muy felices.
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